Por unas pastillas más (o menos).
He aquí el enigma: ¿debo, necesariamente, tomar pastillas?
Comer, tal vez.
Ir dándolas vuelta en la boca lentamente mientras lo dulce se esparce por la sangre, placenteramente.
Me gustan las pastillas pololeo, esas chiquitas con sabores a fruta.
Las mentitas, redondas, picantes y frescas.
Las de ½ hora, con sabor a Cola.
Los fruguelé, blandos y suaves, cubiertos de una barniz de azúcar.
Los ambrosoli de diversas frutas.
Los ritmo con centro de chicle o de soda.
¡Y las de anís!, ¡deliciosas!
La Yapa, los alka ice, los de miel, los clip en barrita, etc., etc. Como ven, sé de pastillas.
De las otras, de las de laboratorio, casi nada.
Aspirina, ibuprofeno, dipirona. Ese es todo el vocabulario que manejo. ¡Ah!, las del día después sólo de nombre. ¿Deberé probarla en un afán exploratorio científico? ¿Es necesario que una chicuela de 13, que apenas sabe la O redonda (porque a los trece no me van a decir que los chicos de ahora saben demasiado. Demasiado de Realitys o Mekano, pero de estudios, ¿
?), tenga acceso a esta pastilla?
¿Dónde empieza la vida, pastor Emiliano?
¿Qué hay con la fertilización In Vitro donde se pierden ene embriones?
¿Debe una señorita de su iglesia, que usted tan dignamente dirige, tomar anticonceptivos?
¿Por qué no?
¿Debe, entonces, irse al campo a tener su guagüita?
Porque, definitivamente, eso de la castidad está como arcaico ¿no le parece?
Por favor, necesitamos un pastor que nos asesore con más conocimiento de causa.
Gracias por la atención dispensada.